cerraron sus ojos que aún tenía abiertos
taparon su cara con un blanco lienzo
y unos sollozando otros en silencio
de la triste alcoba todos se salieron
la luz que en un vaso ardía en el suelo
al muro arrojaba la sombra del lecho
y entre aquella sombra veíase a intervalos
dibujarse rígida la forma del cuerpo
despertaba el día y a su albor primero
con sus mil ruidos despertaba el pueblo
ante aquel contraste de vida y misterios
de luz y tinieblas medité un momento
Dios mío qué solos se quedan los muertos
Dios mío qué solos se quedan los muertos
de la casa en hombros lleváronla al templo
y en una capilla dejaron el féretro
allí rodearon sus pálidos restos
de amarillas velas y de paños negros
al dar de las ánimas el toque postrero
acabó una vieja sus últimos rezos
cruzó la ancha nave las puertas gimieron
y el santo recinto quedóse desierto
de un reloj se oía compasado el péndulo
y de algunos cirios el chisporroteo
tan medroso y triste tan oscuro y yerto
todo se encontraba que pensé un momento
Dios mío qué solos se quedan los muertos
Dios mío qué solos se quedan los muertos
de la alta campana la lengua de hierro
le dio volteando su adiós lastimero
el luto en las ropas amigos y deudos
cruzaron en fila formando el cotejo
del último asilo oscuro y estrecho
abrió la piqueta el nicho a un extremo
allí la acostaron tapiáronle luego
y con un saludo despidióse el duelo
la piqueta al hombro el sepulturero
cantando entre dientes se perdió a lo lejos
la noche se entraba reinaba el silencio
perdido en las sombras medité un momento
Dios mío qué solos se quedan los muertos
Dios mío qué solos se quedan los muertos
en las largas noches del helado invierno
cuando las maderas crujir hace el viento
y azota los vidrios el fuerte aguacero
de la pobre niña a solas me acuerdo
allí cae la lluvia con un sol eterno
allí la combate el soplo del cierzo
del húmedo muro tendida en el hueco
acaso de frío se hielan sus huesos
¿vuelve el polvo al polvo? ¿vuela el alma al cielo?
¿todo es vil materia podredumbre y cieno?
no sé pero hay algo que explicar no puedo
que al par nos infunde repugnancia y duelo
al dejar tan tristes tan solos los muertos
Dios mío qué solos se quedan los muertos
LETRA: Gustavo Adolfo Bécquer © 1871
MÚSICA: Javier Zubillaga © 2002
del disco Biografía (independiente, 2007)
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